La fe es dar cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos, siempre se saca algo valioso de lo aparentemente inexistente y puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que da.
Tener fe es creer cuando resulta más fácil recurrir a la duda, si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros.
Tener fe es levantarse cuando se ha caído en los fracasos, y en cualquier área de la vida que nos entristecen, pero es más triste quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración y la amargura.
Tener fe implica arriesgar todo a cambio de un sueño, de un amor, de un ideal, nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.
“La fe es como un músculo que se vuelve fuerte y flexible al ejercitarlo”.
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